HOMENAJE


HOMENAJE
Hoy quiero rendir mi humilde y sincero homenaje a mis pundonorosos y valientes colegas periodistas, cronistas, columnistas, foto reporteros, video y tele camarógrafos, reales y muy virtuosos corresponsales de guerra in situ (tal vez entre ellos haya algún alumno mío) que, desde las trágicas zonas de desastres del fenómeno del Niño costero, nos informan sin corbata, sin aretes y ni burdos maquillajes de ninguna especie.
Son quienes ante la debacle atmosférica que está aconteciendo en nuestro país, afectando a millares de familias con niños y ancianos, sufriendo dolorosas penurias en plena debacle, nos lo reportan todo, sin artificios, ni tapujos, pero noblemente.  Informándonos con plenitud textual y visual la cruda y trágica realidad que están sufriendo.
Ellos están ahí, donde las papas queman, no, mejor, donde las papas se pudren en los campos inundados, acompañando en su dolor a tantísimas víctimas de tan pavorosa hecatombe.
Con sus narraciones, fotos y videos nos hacen casi sentir los padecimientos que está sufriendo tanta gente humilde, debido a los tremendos estragos de las tormentosas y desastrosas lluvias, ríos desbocados y las penetrantes inundaciones de agua y barro de los huaicos, destruyendo sus viviendas, sus servicios, campos de cultivos y cuanto hay a su paso.
En sus fotos y videos llegamos a ver encuadres de detalle cercanos muros de protección, junto a pistas y carreteras cómo están resquebrajándose,  hasta  en planos lejanos luminosos rayos cayendo sobre ciudades, atemorizando a sus pobladores con sus truenos; y, también, nos muestran cómo una adolorida gestante, caminando a duras penas, está siendo evacuada de una zona en peligro, por dos soldados y, luego, ya en medio de un vuelo entre las nubes, del helicóptero de socorro que la recuperó, da a luz un bebé y, entonces, nos muestran el feliz rostro de alegría de la madre al tener en sus brazos a su flamante criatura.
Y, así también, vemos en las pantallas de nuestra televisión, cómo se desprenden de sus bases edificios construidos al filo de cerros o de ríos; igualmente nos delatan la brutal caída de frágiles puentes, tan viejos como nuevos, desplomándose sin resistencia alguna de sus bases al paso del voraz río; incluso hasta enormes rocas desmoronándose de los cerros, obstruyendo y destruyendo endebles vías de comunicación y hasta líneas de ferrocarril, jalando y hundiendo en sus aguas maquinarias, autos, ómnibus y enormes camiones, y cómo rodeados entre las aguas violentas y el fango las víctimas quedan incomunicadas, aisladas y abandonadas de toda ayuda.
Estos periodistas, hombres y mujeres, que, temerariamente entre tanta debacle, están trabajando activamente, nos demuestran palpablemente la angustia y el desgobierno en que se hallan incontables familias damnificadas de nuestro Perú profundo, sufriendo y debatiéndose en la soledad, desde niños y mujeres hasta ancianos, clamando ayuda, acosados por la sed y el hambre, entre gritos, lamentos y llantos, aun debajo de carpas inconsistentes de protegerlas del caluroso sol o del violento frío, sin su debido hogar, en medio de calles invadidas de aguas barrosas e insalubres.
Periodistas, con los reporteros gráficos que los acompañan y los camarógrafos de televisión, casi con el agua y el barro hasta el cuello, con sus cámaras al hombro, captan en sensibles primerísimos primeros planos, las lágrimas saliendo de los vidriosos ojos de un anciano labriego, resbalándose por las viejas y profundas arrugas de su rostro, de hundidas mejillas aun con rezagos de un barro mal limpiado con lo que le queda de su camisa, agarrada con sus nudosas y venosas manos, pero aún fuertes.
Son comunicadores cuyas imágenes valen más que mil palabras, que nos hacen ver, también, tensos enfoques en primeros planos con teleobjetivos, y  encuadres más cercanos en perfectos Big Close Up, desde diversos ángulos, los rostros afligidos de incontables niños y de sus madres llorosas,    o, también,  siguen el cuerpito con sus bracitos apenas moviéndolos  de un bebé, de apenas un mes, rescatado de la inundación del hogar de sus padres, por un valiente policía que a salvo lo lleva bien protegido y seguro con una mano y  abrazándolo junto a su pecho, agarrándose con la otra mano y sus pies de un cable que lo jalaba por encima de la torrentera y, en medio de la tensión de quienes miraban el episodio, lo entregó sano y salvo a sus progenitores, que esta vez lloraron de una angustiosa alegría.
Igualmente, han captado dolorosas imágenes de mujeres agobiadas agarrándose nerviosamente de sogas tratando de salir de las violentas aguas fangosas, para ponerse a buen recaudo junto a familiares que los esperaban del otro lado de las calles.
Y, cómo no, también distinguimos tomas aéreas en picado, desde helicópteros, con impactantes planos generales bien abiertos, mostrándonos decenas de hectáreas de terrenos con cultivos ya inservibles, anegados de aguas ahora quietas, entre las que vemos a sus dueños moverse como pececillos, sin saber qué hacer.
Perfecta visión, gracias a los acercamientos y alejamientos de los tele reporteros, que con habilidad logran mostrarnos al oscilar los objetivos Zoom de sus cámaras, desde close up a grandes angulares panorámicos.
También, con destreza  giran sus tomavistas verticalmente en   Up, Tilt Down y  paneos horizontales, rápidos y lentos; y hasta Travellings, caminando ellos en paralelo con las aguas de los ríos, sin perder los  encuadres nítidamente, como cuando descubrieron a un joven nadando en la acelerada corriente tratando de acercarse a salvar de las virulentas aguas a alguien a punto de ahogarse;  o de repente, más tranquilo, mostrarnos frente a su chalet sin daños a un acomodado y sonriente caballero con un chanchito en sus brazos, ya como su nuevo propietario, quien que lo salvó de las avariciosas aguas, y ahora está en su nuevo corral.
Ojalá así sucediera con tantos damnificados que se han quedado en la deshumanizada calle. No, peor, son víctimas que ni siquiera tienen sus calles como las tiene cualquier vagabundo, pues apenas las han agrupado en carpas, de las cuales se quejan, como si fueran algo peor que refugiados.
Tal como nos muestran en ellas a miles de niños inocentes de sus derechos y de las obligaciones del gobierno que les manda el Estado. Además de numerosos grupos de familias de rostros afligidos, encontrándose no muy lejos de otros con casi todos sus miembros con sus medios cuerpos hundidos en el barro, dentro de sus viviendas semi destruidas, sufriendo la perdida de todas sus pertenencias, desde ropas, mesas, utensilios, camas y otros mobiliarios, animales, vehículos, hasta documentos y ahorros, perdidos, destruidos, hundidos bajo la destrucción de sus hogares, junto a otros cuyos sitios han sido llevados por las aguas.
No faltan los Extremely Big close Up de rostros de niños quebrados por el llanto, ni los  Full shot que enfocan apretados conjuntos de personas, de diferentes edades, desesperadas, estirando los brazos con sus manos abiertas, pugnando por alcanzar algo de las bolsas que les traen camiones del ejército, para repartir a las víctimas, que han sido donadas a través de los pedidos hechos a la ciudadanía por algunos canales de televisión.
Es allí donde se ve a los vehículos militares rodeados de damnificados desesperados y  a los soldados que les falta manos para repartir, aunque no les han dado un método para ello, que no genere desesperación ni largas esperas, como las colas por el agua, o temor a quedarse sin nada, mientras otros se vayan bien cargados, sin querer queriendo.
Es que todas estas quebrantadas familias de numerosos miembros han quedado reducidos a la absoluta nada, por los efectos de tan horrendo embate de la naturaleza atmosférica, que no tiene cuando parar; y que tal vez sólo les queda su mascota. Ese fiel perrito que no las abandona, pero que aun les lame sus manos, y que los fotógrafos de los diarios y camarógrafos de televisión captaron cómo fue salvado de las aguas por su fiel amo.
Esta imprevista tragedia, que ha conmovido a todo el Perú, movilizando a todo nuestro periodismo y hasta del extranjero, nos está permitiendo ver los estragos que están sufriendo nuestros pueblos del Perú profundo, de por sí ya de antes olvidados, sin visos de ningún desarrollo en décadas, por la desenfadada inoperancia de sus propios gobiernos locales y regionales, como de los centrales. Ojalá que este gobierno de ahora sea de trabajo, ocupaciones creativas y obras, más que de sonrisas y bailes.
Quién sabe pueda realizar un documental de esta mayúscula tragedia que nos está conmocionando, para que este gobierno y los que vengan sepan ya qué deben de hacer y nunca más vuelvan a dejarnos a expensas de las furias de la naturaleza.
Para ello quisiera, en un nuevo homenaje a la libertad de expresión,  reunir todos estos reportes de mis colegas periodistas de todos los medios, y  todos los films, con fotografías dadas a luz, pudiera ser, de los negativos de sus viejas cámaras analógicas, con las imágenes de sus memorias y chips guardados en sus cámaras fotográficas digitales de foto reporteros y, especialmente,  los videos con las imágenes continuas recibidas por los sensores de sus video cámaras  de tele reporteros, todas ellas, conservadas en sus discos duros;  y hasta las pequeñas imágenes de tanta desgracia captadas por los nano objetivos de smartphones y iphones de aficionados, que llevan el periodismo en su alma; todas mostrándonos todo lo terrible que se está dando con nuestros pueblos de costa, sierra y selva, de norte a sur del Perú, fruto del efecto atmosférico Niño costero y toda la debacle de sus temporales debido al cambio climático del calentamiento global y el efecto invernadero,  serán las iconografías con las cuales constituiré un crucial machote casi cinematográfico de muchas terribles horas.
Y luego de seleccionar este conjunto de tantas tomas, de tan emotivas escenas de diversos infortunios y calibres, deberé ingresar en el tedioso  y delicado trabajo de  editarlas con creatividad,  estética y visión humanista, para que queden sólo las más sensibles, dramáticas y relevantemente significativas, eliminando la basura de rostros sonrientes y otros anodinos; compaginando  lo tangible  como baluarte en un montaje realista, más humanitario que alarmante,  de sólo las más impresionantes escenas, que así, final y potencialmente no pierda su valor ético, artístico y de denuncia, con la esperanza de que me resulte un digno y probo largo metraje, que podría durar tanto o más que  La Guerra y la Paz, de Sergei Bondarchuk,  o de tantos otros films.
En cuyo transcurso nos parecerá dolorosamente que estamos viendo los trágicos resultados de la explosión de una invisible bomba de hidrógeno, que va expandiéndose arrasando con todo sin compasión de nadie ni de nada, en una guerra sin cuartel de la naturaleza contra nuestros pueblos indefensos.
Deberá ser una transcendental exposición de un periodismo libre y objetivo, cuyo derecho a ejercerlo nunca jamás debemos perder, ni por él ser perseguidos.
Si alguien, o más de uno, se atreviera a realizar este testimonial documental largo metraje televisivo antes que yo, no hay problema, pero que sea con producido con toda dignidad, porque deberá quedar para la historia.
Estos reportes de mis colegas de ayer, de hoy y de siempre, son el vívido testimonio periodístico de la cruda y penosa realidad que se está dando de sur a norte y de este a oeste del Perú, y que está siendo captada por periodistas hombres y mujeres, jóvenes, primerizos, practicantes, pasantes, algunos que parecen aun oliendo a leche, y      otros ya mayores luciendo canas y duchos en estas lides, como, también, de pronto improvisados, con el periodismo en sus venas, sin querer sabiendo y sin saber queriendo.
También, hay aspirantes a trabajar en los medios de comunicación maduros, haciendo sus pinitos, pasando su prueba de fuego, y otros bastante experimentados, periodistas de alto vuelo, sabuesos de la noticia, talvez cuidándose de algún resbalón, que les haga perder la primicia; mientras por ahí vemos alguna frágil jovencita, casi   adolescente con cara de niña, hundiéndose entre  los  traicioneros fangos, casi llevada por las aguas embarazosas, caminando esforzadamente y apresurada, cesando agitada, con la voz apenas saliéndole de la garganta, que no quiere pasar un trago de fango,  siguiendo con el agua  hasta el cuello, levantando la cámara en alto procurando salvar la noticia, antes que salvar su vida. Periodista de verdad.
Ahora, ¿quiénes son esas personas que hoy quieren seguir embarrando al periodismo, desde adentro o desde afuera, de él o de algún poder del Estado, y se están embarrando a sí mismas? ¿No les basta que el Perú haya sufrido la peor degradación periodística de su historia, durante diez años vergonzosos de brutal dictadura?
¿Quiénes son esas comparsas enemigas y antagonistas nuestras que como séquitos quieren ser las últimas en tirar piedras maquilladas de lodo a los periodistas, y al periodismo?, ¿que lo han ensuciado, en vez de dedicar su fuerza a ser las primeras en estirar sus manos para salvar de tanta injusticia y tanto barro que están sufriendo millones de peruanos?
Sigan el ejemplo de nuestra valerosa y bella mestiza peruana Evangelina Chamorro Díaz, que se enfrentó a la muerte contra fangosas y turbulentas aguas que la arrastraban.
Que entre las agitadas olas y el denso barro luchó denodadamente por salvar su vida que era revolcada entre una maraña de corruptos y endiablados palos, que la llevaban entre las olas de un embravecido y poderoso torrente, queriéndosela llevar a sus oscuras profundidades.
Pero ella quería vivir, vivir para sus hijas y su esposo, y luchó y luchó con todas sus últimas fuerzas, nadando para zafarse de las  turbulentas aguas, arremetiendo contra la maraña de troncos y palos impotentes del poder del río que se los llevaba, pero ella los  venció, hasta que entonces  levantóse entre las ruma de maderos sobre las turbias aguas, y como salida del infierno,  arremetió sobre los derrotados, embarrados y resbalosos leños arrancados de raíz de sus terrenos, y sobre ellos dio unos débiles pero ansiosos pasos, y exhalando la última bocanada de aire que le quedaba en sus pulmones, como los estertores de la muerte, se desplomó a un filo de la barrosa orilla del vencido río.
Los impávidos mirones de palo que se hallaban allí, más arriba de la playa de barro donde cayó, corrieron hacia a ella, la levantaron en sus brazos y gritaron en coro “¡VIVE!”. El Perú se ganó una ejemplar valerosa mujer que luchó, venció y se levantó del infortunio.
      Este suceso, fue captado por “un periodista nato”, de auto generación espontánea, automática e instantánea, con un celular smartphone, y su video dio la vuelta al mundo a través de las más importantes cadenas de televisión, y sus fotos se publicaron en los más prestigiosos diarios del periodismo mundial.
Ese día gané un nuevo colega para mi institución “Periodistas del Mundo Unidos”.
Fernando Rivera Lazo, es quien les rinde su homenaje desde las redes a estos colegas, excelentes periodistas, y lo hago recordando mis viejos tiempos en que viví, y aún vivo, en la más peligrosa profesión del hombre: El Periodismo.
Un fuerte abrazo a todos ellos.
FERNANDO RIVERA LAZO
Lima, 11 de abril de 2017.


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